Tigo Sports, Canal 4 y YSKL: renovarse o quedar eliminados

Qatar 2022 nos encontró en plena era del Internet, entre políticos que bailan en TikTok y conejos que se reproducen en Spotify.

Willian Carballo

No hace mucho, cuando Mauricio Funes todavía no era nicaragüense y Nayib Bukele administraba una discoteca, los salvadoreños solo tenían una forma de ver el Mundial: encendiendo un rechoncho aparato televisor, presionando en el control el número 4 y sentándose a ver cómo los narradores de turno discutían al aire igual que lo hacían el Chómpiras y el Botija. O lo veías en el “canal tradición en deportes” o te lo perdías. La única alternativa entonces era de puro audio y llevaba el nombre de radio YSKL. Esa elección, sin embargo, implicaba tragarse el bulo de una jugada cardíaca cuando los jugadores apenas toqueteaban el balón a 50 metros de la meta y escuchar a algunos colegas del hoy exdiputado Beltrhan Bonilla atarantarse casi siempre con apellidos como Schweinsteiger. Y paren de contar.

Por suerte, un dios −el de la tecnología, no el que va de albiceleste con el 10 en la espalda y sueños de campeón− empezó a revolucionar la comunicación. Varios junios y una Navidad después, el mundo ha cambiado. Qatar 2022 nos encontró en plena era del Internet, entre políticos que bailan en TikTok y conejos que se reproducen en Spotify. Hoy, ya cuando Funes balbucea en Facebook desde su jaula de oro en la tierra del ron Flor de Caña y aquel muchacho de la discoteca se autonombra el presidente más cool del mundo en Twitter, la oferta −pirata o legal− le ha quitado la exclusividad al 4 y a YSKL. Se lee fácil, pero esa transformación ha sido traumática: multiplicó la oferta y está exigiendo a los medios tradicionales reinventarse.

Uno de los cambios más notorios ha ocurrido en la televisión abierta, la clásica señal gratuita que llega a las pantallas planas hijas del Black Friday que pueblan casas, oficinas y restaurantes. En esta cancha, Tigo Sports es la sorpresa del grupo. El canal de la empresa de telecomunicaciones se quedó con una tajada de ese pesado pastel Lido que son los derechos de transmisión y que antes TCS, a través de Canal 4, nos hacía comernos entero y sin agua para amortiguar el bocado. Y aunque los contratos que rigen las licencias siguen siendo subterráneos y no permiten entender bien la repartición, hay algo que sí está claro: los aficionados hoy tienen dos opciones.

Por un lado, está la vía “tradición en deportes”. Quienes quieran narraciones adornadas con adjetivos del tipo “espectacular” o “impresionante” tienen la alternativa de TCS, que ofrece 44 de los 64 encuentros para vivir el torneo a la vieja usanza: sintonizando la señal del 4 y esperando que no haya una telenovela brasileña ahí donde uno busca un Brasil-Serbia. Por el otro, si el usuario ha contratado el cable Tigo, entonces tiene 20 partidos en exclusiva, con un staff que incluye comunicadores nacionales y extranjeros. Decidir cuál es mejor trae polémica, pero ese es tema para otra columna. Lo importante, por lo pronto, es que en el menú hay ahora dos guisos y algunos podemos escoger entre la abundante bandeja, rica en recursos técnicos, pero poco dada a probar sabores nuevos, de TCS; y un fresco, pero todavía un tanto falto de cocción, canal de la telefónica.

Luego vienen los privilegios que no todos se pueden dar. Para quienes están dentro del 55 % de la población que usa internet en El Salvador (según Banco Mundial, datos de 2020), las posibilidades de ver partidos on line se abren todavía más que la defensa de Costa Rica contra España. Por un lado, la aplicación para celular y web de Tigo Sports ha prometido todos los encuentros mundialistas, mientras que TCS GO emite los mismos que en tv abierta, más el añadido de verlos por demanda. Por el otro, en la red abundan plataformas extranjeras de pago. Además, si el aficionado es fan de llevar parche en el ojo y pata de palo, entonces hay más posibilidades gracias a transmisiones que, como Robin Hoods digitales, le quitan a la FIFA para darle al pueblo entretenimiento gratis. Y ya, por último, la opción de radios en línea es vasta. Sobresalen las españolas que, por afinidad idiomática, permiten escuchar cómo los dueños de los micrófonos madridistas hinchan por Vinícius y los catalanes por Pedri, aunque esto se trate de selecciones y no de clubes.

Esta oferta más variada ha roto el partido, dirían los comentaristas. Y en ese desajuste, el gran ganador es el aficionado. Aquellos que no tienen problema en pagar lo que cuestan dos platos del día en el comedor, con tal de admirar en el celular a Mbappé merendarse a Polonia, han descubierto oro. Ahora, por ejemplo, pueden apreciar al salvadoreño Iván Barton pitar mientras rezamos para que no nos caiga una piedra en la carretera Los Chorros o mirar al exfutbolista Kaká en el palco del estadio a la vez que estamos en algún cuartito privado interactuando con su apellido. Hábitos de consumo que, allá cuando Maradona salía de la mano de una enfermera rumbo al control antidopaje en Estados Unidos 94, parecían ciencia ficción.

Pero más allá de disfrutar los juegos desde el baño o desde el bus, lo más importante es la oferta ampliada. Las afortunadas audiencias conectadas se permiten el lujo de oír a otros comentaristas que parecen Portugal a la par de los locales, que serían Suiza. También aprecian otras calidades de imagen. Y qué decir de otras formas de visualizar datos estadísticos y maneras menos invasivas de colar esa odiosa publicidad que en la liga local, por ejemplo, interrumpe los cantos de gol para recomendarnos alguna financiera. Además, pueden elegir qué señal usar para ver los partidos. Y, encima, escoger el canal de YouTube donde procesar el llanto picante de los mexicanos en los análisis posteriores o la casi comedia de los chiringuitos ibéricos en las previas.

Esos movimientos telúricos del paisaje mediático suponen varios retos para los medios locales. Haber llegado al mundo de los celulares, acción que repiten este año, es un gran paso para las televisoras, pero todavía adeudan mejorar el contenido. Y si bien la KL luce mejor esa camisola −ha fichado temporalmente exfutbolistas y periodistas de carrera que le aportan calidad analítica y posee un canal en TikTok para verlos narrar en vivo− sospecho que, una vez acabado el Mundial, volverá a ser el mismo medio aquel de los Jocoro-Metapán, con algunos narradores que recuerdan más a activadores de marca frente a un bazar que a verdaderos especialistas. Luego que no extrañe que el formato radial tradicional siga desplomándose en el gusto juvenil (ver este estudio de la Escuela Mónica Herrera y la UCA).

En conclusión, los medios tradicionales tienen que entender que las viejas fórmulas se pudren en el gusto de la gente y, si siguen así o no vuelven permanentes los cambios, las audiencias se seguirán diluyendo entre las opciones nuevas, más disruptivas, más cercanas, más de calidad. En tiempos en los que el técnico español Luis Enrique se vuelve streamer, enrabiando periodistas; y en los que el youtuber Ibai Llanos entrevista desde una pequeña habitación a estrellas futbolísticas, envidiado por las grandes televisoras; seguir transmitiendo mundiales como en los tiempos en los que Funes no era nicaragüense y lo cool era una discoteca es un suicidio. O se adaptan a los actuales lenguajes transmedias o el mismo público los eliminará en la siguiente ronda. O se rejuvenecen o este terremoto mediático de los tiempos modernos los dejará sepultados y fuera de competencia. Actualícense. Prepárense. Innoven. Solo así, parafraseando a un comentarista en un arranque de imaginación literaria, las audiencias nos quitaremos ante ustedes el sombrero, “aunque no tengamos”.

*Willian Carballo (@WillianConN) es investigador, catedrático, periodista y ensayista salvadoreño. Es doctorando en Sociedad de la Información y el Conocimiento, máster en Comunicación y licenciado en Comunicaciones y Periodismo. Actualmente es coordinador de Investigación de la Escuela Mónica Herrera y docente de la Maestría en Gestión Estratégica de la Comunicación de la UCA. Es Gran Maestre de los Juegos Florales de El Salvador, tras ganar tres veces el premio en la categoría Ensayo, por temas sobre medios y cultura. Ha sido becario del Instituto Iberoamericano de Berlín; del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO); de la Universidad de Bielefeld, Alemania; y del programa Autorregulación de Medios, de la Cooperación Sueca. Además, ha publicado en libros y revistas editadas en Gran Bretaña, España, Colombia, México, Cuba, Guatemala y El Salvador.