¡Pura política, mami!: la cumbia y el merengue entran al ring electoral

Casi siempre que el espectáculo pateó la pista política, con candidatos provenientes de la televisión, el paso no nos salió. En 2024, la oferta incluirá artistas tropicales, algunos muy polémicos.

Willian Carballo

Reviso la lista de candidatos y candidatas entre los que tendremos que elegir el otro año y ya no sé si se trata de la playlist de Bombazos guapachosos de Navidad, Variedades del seis, Amanecer tropical, los Premios Pentagrama de Domingo para Todos o si, de verdad, estamos hablando de las elecciones para diputados y alcaldes de 2024. Al menos tres artistas de cumbia y merengue −dos que gracias a programas como los del inicio se bañaron de fama en los noventa y una más que entró a escena la década pasada− se enlistaron en las internas de diferentes partidos. Todos ganaron y van a competir por un puesto público.

Uno es José Alfredo Jiménez, el líder de La Colección, que le da vuelta a su nombre para fines artísticos. A él se le enredaron en el pelo, como dice una de sus canciones, las ganas de ser diputado y podría conseguirlo, pues competirá arropado por Gana en San Salvador. Otro es René “Pura uva” Alonso Orellana, famoso por su Banda Láser. El artista intentará llevar a Santa Ana Oeste hacia “donde nunca llueve, a donde no hace frío” si llega a convertirse en su alcalde, también con la bandera naranja. Y la tercera es Sharon Salazar, actual concejala en Santa Tecla y voz de su grupo Diva Latina. La hija de la estrella tropical de los 80-90 Karmina intentará cambiar el “yo soy la reina” con el que inicia una de las canciones de su madre por “yo soy la diputada”, vía Nuevas Ideas. Parafraseando el grito de batalla de uno de ellos: ¡Pura política, mami!

El fenómeno, que a simple vista parece material para que Alex Pineda lo cuente con voz dramática en los espectáculos de 4Visión o para que La Prensa Gráfica la tuitee después de contar que la influencer Adriana Hasbún defendió a su novio basquetbolista, es en realidad algo más serio. Todo apunta a que se trata de otra vieja estrategia electorera de esas que la política salvadoreña saca del bolsillo cada tres o cinco años. Una creada para que, por un lado, el partido postulante atraiga votos, colgándose de la fama de los susodichos; y, por el otro, para que la celebridad en cuestión aproveche su estrellato para agenciarse una curul o una vara edilicia atrayendo al ciudadano más a fuerza de popularidad que, salvo excepciones, de capacidades para administrar fondos o crear leyes.

No me mal interpreten. Ni estoy insinuando que estos ciudadanos no tengan derecho a participar en política partidista ni estoy desprestigiando su carrera artística. Sobre el primer punto, este país es libre; y si ellos, Chimbombín o El Cipitío cumplen con lo establecido por ley, están en su derecho de postularse. Y para despejar dudas sobre el segundo me confieso tan fan de la música tropical noventera salvadoreña que me sé completa la discografía de Marito Rivera y Bravo; me emociona casi hasta las lágrimas el video de Barato, de La Raza Band; y me salen bien los tres pasos de Atol de elote, de Jhosse Lora (quien, por cierto, intentó hace dos décadas ser alcalde de San Sebastián, San Vicente). Así que no, no es por eso.

Mi punto no es si son malos artistas o se merecen un Grammy o si tienen o no derecho a participar del proceso. Mi punto es si su perfil es el que necesitamos para un país en el que la pírrica condición de los artistas y agentes culturales es solo uno de muchos problemas (precios intratables de la vivienda, calles con baches tragacarros, escuelas descascaradas). Voy a dejar fuera acá a Sharon porque, al menos, ella ya tiene experiencia como concejala en Santa Tecla y eso ya pesa más que ser cantante o hija de Karmina. Pero pensemos en los otros dos aspirantes. Además de que uno tiene casi tantos escándalos públicos y encontronazos con la autoridad como discos en su carrera, y que al otro se le recuerde bastante por aceptar tener “18 hijos con 14 mujeres diferentes” o porque Estados Unidos le canceló la visa en los noventa; no conocemos sus competencias para dedicarse a la administración pública. Seré optimista: si las tienen, ojalá lo demuestren durante la campaña y presenten un plan coherente, fuentes para financiarlo y pruebas de su compromiso ético. Ese tipo de comunicación política nos daría a los ciudadanos más información valiosa para elegirlos (o para no hacerlo) que estar viendo publicaciones de Facebook donde aparezcan iluminando canchas, con la Chica de humo de fondo, en la exitosa versión chunchaca de René Alonso.

Porque, perdón la desconfianza, pero los salvadoreños no tenemos precisamente gratos recuerdos de otros famosos que, aunque no fueran músicos, sí llegaron al poder después de ser celebridades locales. El más emblemático de los fiascos es el de Antonio Saca. El exnarrador deportivo, relator de mundiales y luego magnate de las radios que iba de saco y corbata. Explotó su popularidad, entre otros puntos, para convertirse en líder del partido Arena y del país. Muchos le creyeron, votaron por él y llegó a ser presidente. Ahora viste camiseta blanca, y si narra partidos seguro será el clásico entre los hipotéticos Sector 1 Fútbol Club y Real Sector 2, en prisión, tras haber confesado varios delitos vinculados a corrupción y haber sido condenado.

A él hay que sumar otros famosos de otras áreas que llegaron al poder y acabaron ahorcados por sus propias medallas. Pienso en Cristina López, la atleta que, como exdiputada del PCN trabajaba como colaboradora de ese partido en la Asamblea, pero reconoció con brutal honestidad que no era la única “que recibió salario sin llegar” a trabajar. Incluso podemos meter en esta lista a Mauricio Funes. Este, aunque periodista y no artista, tenía la suficiente fama como para ser considerado “estrella de televisión” en un país sin celebridades de cine, antes de ser presidente con el FMLN. La aún estrella, pero de los juzgados, está exiliado en Nicaragua, acusado de delitos vinculados con corrupción.

Ya con todas esas experiencias en la espalda, lo menos que podemos hacer cuando veamos estas candidaturas faranduleras −y otras de celebridades efímeras de TikTok que podrían entrar en la misma categoría− es volvernos críticos, exigir. Más allá de si el candidato estudió en Oxford o Harvard, de si es un migrante con plata que vive en Estados Unidos, canta merengue o da consejos de nutrición luciendo blusas escotadas, exijámosles idoneidad para el cargo, un comportamiento ético y soluciones viables, apegadas a la ley. Solo si lo hacen, démosle un aplauso volumen 10, como arengaba el amigo de los artistas nacionales, Davis Rosales. O, en su defecto, un Pentagrama de los que entregaba Daniel Rucks, en la categoría de “mejor democracia”.

De lo contrario, si solo es un descarado intento de los artistas de aprovecharse de su fama para llegar al poder a engordar la panza o una artimaña de los partidos políticos para rascar un par de votos o algún alcalde o diputado extra, entonces mejor no se suban a la tarima ni toquen este set. No nos arruinen la cumbia. No nos roben los recuerdos frente a la tele viendo Variedades del seis. No nos empañen con su cara de papeleta las noches decembrinas mientras oímos Bombazos guapachosos de Navidad. Déjennos la música tranquila, el carnaval en paz, que a la mayoría solo nos gusta el humo cuando es la materia de la que está hecha una chica que baila chunchaca; y no cuando nos lo venden en las promesas de un político.

Willian Carballo (@WillianConN) es investigador, catedrático, periodista y ensayista salvadoreño. Doctorando en Sociedad de la Información y el Conocimiento y máster en Comunicación. Actualmente es coordinador de Investigación de la Escuela Mónica Herrera y docente de la Maestría en Gestión Estratégica de la Comunicación de la UCA.