Estaba en una gran ciudad al borde del río Sena, tan triste como sólo están tristes los más tristes.
Esa tarde conocí la nieve.
Y sentada en una banca de Buttes Chaumont, conocí a Verónica. Leía la historia de la revolución rusa de Trotsky.
Luego de dos tazas de café, la invité a una manifestación en La Bastilla, para pedir la libertad de un preso político.
Cuando los gases lacrimógenos se habían disipado, no deseábamos separarnos.
—Yo te acompañé a tu “volado”. Ahora vos tenés que acompañarme a un concierto, me dijo con su acento pinolero.
Cuando la luz se apagó sobre el escenario, miles de gargantas rugieron. Bob Dylan, sobre una motocicleta, bajó del cielo.
Una a una, susurrando, Verónica me fue traduciendo las canciones, su aliento, una vibración de caña de azúcar:
“Mamá, pon mis pistolas en el suelo / No las puedo disparar más / Esa fría nube negra está descendiendo / Siento como si estuviese tocando la puerta del cielo / Toca, toca, tocando la puerta del cielo.”
“Vamos, senadores y congresistas / Por favor prestad atención a la llamada / No os quedéis en la puerta / No bloqueéis la entrada / Porque el que salga herido / Será el que se quede parado / Hay una batalla ahí fuera / Y es enfurecida / Pronto sacudirá vuestras ventanas / Y hará vibrar vuestras paredes / Porque los tiempos están cambiando.”
“La página de la tentación sale volando por la puerta / La sigues, te encuentras en la guerra / Contemplas cataratas de un rugido piadoso / Sientes ganas de quejarte / Pero a diferencia de antes / Descubres que sólo serías una persona más llorando.”
“Que tus manos siempre estén ocupadas / Que tus pies siempre sean veloces / Que tengas una fuerte base / Para cuando el viento cambie de rumbo / Que tu corazón siempre esté alegre / Que tu canción sea siempre cantada / Que permanezcas siempre joven.”
“Corazón mío, vuelve a casa / No tienes razones para vagar, no hay razón para errar / No dejes que ella lo vea / No dejes que ella vea que la necesitas / No te pongas en juego / Corazón mío.”
“Tañendo por el rebelde / Tañendo por el libertino / Tañendo por el desafortunado / El abandonado y el rechazado / Tañendo por el proscrito / Que se quema, constantemente en riesgo / Y nosotros contemplamos los intermitentes repiques de libertad.”
“¿Como se siente? / ¿Como se siente? / Estar sin un hogar / Como una completa desconocida / Como una piedra rodante.”
“Sabes que puedes hacerte un nombre / Sabes que puedes oír las ruedas chirriar / Puedes ser conocida como la mujer más hermosa / Que jamás se arrastró por cristales.”
“Hattie Carroll era doncella en la cocina / Tenía cincuenta y un años y dio a luz a diez niños / Que llevaban los platos y sacaban la basura / Nunca se sentó a la cabeza de la mesa / Y ni siquiera habló con nadie sentado a ella / Sólo limpiaba toda la comida de la mesa / Y vaciaba los ceniceros de las otras clases sociales (a un nivel completamente distinto) / Fue asesinada de un golpe, muerta por un bastón / Que surcó el aire cayendo atravesando la habitación / Decidido y destinado a destruir, todo lo amable.”
“Cuántos años puede existir una montaña / Antes de ser arrasada por el mar / Cuántos años pueden vivir algunos / Antes de que se les permita ser libres / Cuántas veces puede un hombre apartar la mirada / Y fingir que simplemente no ha visto nada.”
Luego del concierto nos fuimos a un puente, inspirados, a soñar cómo montar una radio clandestina contra Somoza.
*Carlos Henríquez Consalvi, “Santiago”, es el fundador y director del Museo de la Palabra y la Imagen. Durante la guerra civil en El Salvador cofundó y fue la voz principal de la emisora clandestina Radio Venceremos. Entre sus libros están La terquedad del Izote, Luciérnagas en el Mozote o el más reciente Ernesto Interiano, los mendigos me amaban .
