Engracia recuerda el genocidio en Chajul: “Si hubiera estornudado me habrían matado”

<p>Este es el testimonio de Engracia Mendoza, testigo en el juicio por genocidio contra el general guatemalteco retirado Benedicto Lucas García, en una entrevista concedida a El Faro el 31 de octubre de 2024. Habló con el periódico en la variante chajulense del idioma ixil. Su testimonio fue traducido al español y por eso está en tercera persona, tal como los dos traductores lo relataron. Al final, incluye tres preguntas de El Faro y las respuestas de Mendoza. Estos son los recuerdos del horror vivido por Engracia y su familia.</p>

Roman Gressier

[testimonio]

En idioma ixil dice llamarse Kala’s y en español es Engracia Reina Mendoza Caba. Nació en el Cantón Chajul del municipio de Chajul, pero cuando se juntó con su pareja se pasó a vivir en el cantón Ilom del municipio de Chajul. En el año 1980, tenía cinco o seis años aproximadamente y estaba viviendo en el cantón Chajul. Lo recuerda como si estuviera soñando. Cuando jugaba con sus compañeras y amigos en la calle, ya observaba la presencia del Ejército en el pueblo: entraban a las casas. Algunos soldados agredían a los vecinos, violaban y destrozaban las casas; ella y sus padres se asustaron. Por esa razón, los padres decidieron dejar el cantón Chajul y se fueron a vivir al caserío Chulultze’, cerca de la comunidad Santa Rosa, en el municipio de Chajul.

Creció en la comunidad de Chulultze’. Pensaron que el Ejército no iba a llegar a ese lugar porque se habían retirado muchísimo del municipio (el centro de Chajul). Pero resulta que el Ejército llegó a la comunidad. En una de las visitas entre los vecinos, ella vio cuando los soldados agarraron a un grupo de hombres que estaban reunidos hablando. Les ataron las manos en la espalda y los secuestraron. Ella no sabe adónde se los llevaron, pero vio cuando se llevaron a este grupo de la comunidad de Chulultze’. Este hecho la asustó; más porque los soldados ya andaban rondando en la comunidad; ella tenía una hermana que se llamaba Manuela que había dado a luz a un bebé. Ya tenía 40 días de reposo y dice que, según la costumbre en la cultura del pueblo, la familia tiene que cuidar a la madre después del parto, por lo que ella se quedó con su hermana para ir a cargar agua, debido a que no había agua en la casa. La fuente de agua estaba un poco retirada de la casa. La mamá le dijo que se tenían que separar, porque si fueran juntas, era posible que se murieran en el mismo momento; la situación ya estaba muy complicada para la familia y más por la hija, que recientemente había dado a luz y no se quería ir a otra comunidad. Por eso, se le dijo a ella (Engracia) que se quedara con su hermana Manuela y la mamá se iba a ir a otra comunidad.

La mamá decidió ir a vivir en la comunidad de Vi’ Putul con sus otros hijos. El esposo de Manuela dijo que no podían ir a vivir en otro lado porque ya tenían su cultivo de milpa, casa y otras cosas en la comunidad. El esposo dijo, “Mejor quedarnos acá; esperemos que no pase nada. Igual los soldados probablemente ya no regresen”. Se quedaron pero con preocupación, porque no regresaban los señores que fueron llevados por el Ejército. Se quedó un vacío y siguieron esperando su regreso. Pasó un buen tiempo sin la presencia de los soldados en la comunidad.

Hasta el día 16 de febrero de 1982: volvieron los soldados a la comunidad de Chulultze’. Ella ya tenía ocho años y recuerda muy bien estos sucesos. El Ejército no llegó por tierra, sino que iban en helicópteros. Ella dice que estaba jugando en el camino de la comunidad con sus compañeros y empezaron a contar los helicópteros que sobrevolaban. Eran 12 los que estaban sobrevolando la comunidad. Ese día, el papá de Engracia llegó a visitarlas ya que se habían pasado a vivir a la comunidad Vi’ Putul, pero siempre llegaba a ver a sus hijas. Él estaba sentado en el patio y la regañó: “¿Por qué están contando los helicópteros? Eso es de mala suerte”. Respondieron, “Solo estamos contando; es como contar los pájaros”; estaban acostumbradas a contar los pájaros que vuelan en el cielo. Eso fue a eso de las 11 de la mañana. Llegaron los helicópteros de la Fuerza Aérea sólo a verificar si estaban las personas o no. Pasaron y se fueron, pero regresaron más tarde.

El Faro Audio · "Doce helicópteros sobrevolaron la comunidad"

Los helicópteros regresaron a las 13 horas, pero esa vez no llegaron solo a observar, sino que llegaron a bombardear las casas y a disparar contra las personas que vivían en la comunidad. En esa comunidad habitaban aproximadamente siete familias en siete casas; algunas casas estaban un poco distanciadas y otras quedaban cerca de las otras. Cuando escucharon los disparos y bombardeos, se reunieron las personas que vivían en esa comunidad. Estaban asustados, estaban temblando, porque sabían que los soldados ya estaban ahí para matarlos. La hermana le dijo, “Regresaron para matarnos”. Después dejaron de disparar. Las familias y vecinos se animaron. Se hicieron los fuertes y dijeron, “Regresemos a nuestras casas y hagamos la comida y preparémonos porque de repente nos vamos”. Entonces regresaron a sus casas y empezaron a moler el maíz y mazorca para la comida cuando nuevamente escucharon los disparos y bombardeos. Salieron de inmediato de sus casas y se escondieron entre los árboles, pero no se fueron tan lejos, sino que se quedaron cerca de sus casas. Después de los disparos y los bombardeos, los soldados empezaron a bajarse de los helicópteros por medio de lazos. Uno por uno bajaban hasta llegar a la tierra. Las familias y demás personas se asustaron. Las casas que fueron quemadas estaban construidas con palos que formaban los cercos.

Estuvieron al suelo debajo de árboles y arbustos, con el fin de que no fueran vistos por los helicópteros, pero era imposible porque los helicópteros se estaban acercando a la tierra. Esto provocó mucho viento y se movían todos los arbustos y las ramas de los árboles, por lo que fueron encontrados. No se podían esconder más por el viento. Cuando fueron vistos, dispararon y ante ella mataron a su papá.

El Faro Audio · "Ante mí mataron a mi papá"

La hermana, los vecinos y ella se quedaron en el suelo. En cambio, el papá quiso protegerlas y buscar un lugar para esconderse, por lo que se movió detrás de un árbol muerto. Cuando se sentó, los soldados lo encontraron y recibió un disparo en la frente. Cuando ella vio que le habían disparado a su papá, sin pensarlo se fue a su lado. Se quedó impactada y conmovida. No podía hablar ni moverse y se quedó sin saliva. Hasta se olvidó de los disparos; su hermana Manuela reaccionó y le dijo, “Nos hemos quedado sin papá, pero hay que salir de aquí”, y la sacó entre los disparos. La arrastró al otro lado de la casa, porque de no salirse se iban a morir con su papá. Después recuperó la conciencia; vio que los soldados tenían los cascos puestos y se estaban arrastrando para llegar a la casa de su hermana, que fue la única que no quemaron. Los vecinos entre disparos bajaban para refugiarse en la casa, pero los soldados no se quedaron contentos; no les bastó quemar las casas. Disparaban y se arrastraban para buscar a los que se refugiaban en esa casa. Las personas no podían salir y esconderse en otro lado, porque los soldados los habían rodeado.

La hermana también quedó conmocionada y no podía moverse. Estaba preocupada por su bebé, que tenía en sus brazos. Estaba la compañera y vecina de la señora Engracia, que es sobreviviente. Ella le insistió en que se salieran de la casa. Le dijo: “Vamos, Ma’l” —así la llamaban cuando era pequeña, Ma’l— “porque si no, nos moriremos aquí”. Pero Manuela no quería quedarse sola y le dijo que se quedaran con ella. Si se iban a morir, que fueran las dos juntas. Hasta que, al final, la hermana se decidió y le dijo: “Está bien, ve con ella”. Le recomendó a la compañera que cuidara a su hermana. Algo muy importante que no olvida la señora Engracia es cuando su hermana le dijo: “Ándate, ya no tengo fuerzas para esconderme. Sé que me voy a morir aquí, lo presiento. Sé que no hay otra salida. Seguramente tú tienes vida, ándate y algún día regresa por mis huesos, por mi cuerpo”.

El Faro Audio · "Algún día regresa por mis huesos"

Cuando las dos salieron de la casa, su compañera y vecina le agarró de la mano y se fueron corriendo. Su compañera tenía aproximadamente 11 años en ese tiempo y ella entre 8 y 9 años. La compañera se la llevó y los soldados las vieron y gritaron: “Niñas, niñas, ¿adónde van? ¡Regresen!” Ella solo les vio las caras de lejos. No respondieron. Siguieron caminando en un camino tan angosto. Cuando vieron un barranco, se lanzaron. Ni siquiera pensó si iba a vivir o morir; solo se arrojó. Terminaron en el río. Solo así pudieron escapar.

Cuando se tiraron en el barranco, rodaron hasta llegar al río. No recuerda por cuánto tiempo ni cuántas vueltas dieron. Cuando reaccionó, ya estaba en el río. También ya había sangre en el río, así que empezaron a revisar dónde se lastimaron. Ella se lastimó la pierna y tenía raspones en otras partes del cuerpo; estaba sangrando. Como también ya no tenía puesta su faja, no se acuerda dónde se quedó y en qué momento se zafó. Ya sólo tenía el corte agarrado. Igual su compañera se lastimó. Esto ocurrió a las 2 o 3 de la tarde. Siguieron caminando sin rumbo, preocupadas por si los soldados las seguían, hasta que anocheció. Entre las dos se preguntaban: “¿Ahora dónde vamos a dormir? Ya es de noche, ¿qué vamos a hacer?” De lejos vieron una casa y ella le dijo, “Quedémonos en esa casa, para dormir”. Pero la compañera le dijo, “No, porque si nos quedamos en esa casa seguramente los soldados van a llegar. Mejor quedémonos debajo de los árboles y durmámonos aquí”. Se durmieron debajo de los árboles.

Se quedaron debajo de los árboles, pero sin darse cuenta habían dado una gran vuelta caminando en la montaña. Vieron que estaban cerca de la casa de donde habían salido. No durmieron esa noche. Probablemente ya eran entre las 11 o 12 de la noche. Estaban aproximadamente media o una cuerda a la orilla del camino. No podían salir al camino porque, si las encontraban, las iban a matar. Se quedaron ahí y se escondieron cuando escucharon los pasos de los soldados. Vieron las luces de las linternas. Llevaban casco. Vieron pasar muchos soldados. Ellas no podían hablar. Su compañera sola la movía y trataron de no hacer ruido. Se quedaron quietas, dice: “Gracias a Dios por guardarnos, porque si hubiéramos estornudado, seguramente nos hubieran matado. Si hubiéramos ocasionado un ruido ya estaríamos muertas”. Después de esto, los soldados iban directo a las casas donde se quedaron las otras familias. Los soldados empezaron a disparar y escuchó los gritos de su hermana, porque conoce la voz, la forma de gritar y las palabras de su hermana.

El Faro Audio · "Escuché los gritos de mi hermana"

Después de disparar a todas las familias en esa comunidad, las dos se quedaron conmocionadas. Dice que en ese momento sentía que alguien la estaba tocando: le tocaban la cabeza, los hombros. Miró atrás y a los lados pero no había nadie. Las dos estaban solas debajo de los árboles y en la noche. Le preguntó a su compañera si sentía lo que ella sentía, que alguien la estaba tocando. La otra le respondió que sí y llegaron a la conclusión: “Seguramente son los muertos. Nuestros familiares están aquí con nosotros”. Dice que sentía esa sensación. “Probablemente por lo que vi, o porque vinieron conmigo también mis muertos”.

Las dos se quedaron ahí toda la noche, sentadas y asustadas, hasta que amaneció. Como a las 6 de la mañana, empezaron a escuchar los cantos de pájaros entre árboles. Dice, “Fue un milagro. Es por la gracia de Dios, o es porque tengo algo que hacer en esta vida. Por eso no fallecí en ese tiempo”. Pero al mismo tiempo, cuando amaneció ya estaba un jaguar en la rama del árbol, ya rugiendo como si quisiera comerlas. Esperaron y no se movieron hasta que solito se fue el tigre. Ella dice que es por la gracia de Dios.

A eso de las 8 de la mañana aproximadamente, llegaron otros helicópteros al lugar donde estaban otros soldados. Ella ya tenía hambre. Su compañera le dijo: “Los soldados no han pasado. No han regresado. Seguramente siguen donde estábamos, con nuestros muertos en la casa, y si vamos ahí nos van a matar; esperemos”. Incluso pensó salir al camino, para que la encontraran los soldados que pasaban ahí. Ya era como a las 9 de la mañana y se moría de hambre y estaba dispuesta a morir. Le dijo a su compañera, “Mira, si me muero, de plano me toca morir, pero quiero comer; si están los soldados ahí, no me importa. Yo voy a buscar comida; quiero comer”. La compañera le dijo: “Tenemos tomate extranjero. Lo comeremos. Seguramente hay maíz en las trojas que tenemos allá. Pero esperemos un rato a que pasen los soldados, porque siguen ahí”.

El helicóptero llegó a dejar comida a los demás soldados. Esperaron. Ellas ya no aguantaban el hambre y hacía mucho frío. La ropa que llevaban puesta estaba muy mojada. Poco a poco caminaron y se alejaron del camino. Comieron tomate extranjero y otras hierbas en la montaña para no morirse de hambre y no regresar adonde estaban los soldados. El objetivo era asesinar a todos. Sin embargo no regresaron. Buscaron comida en la montaña para sobrevivir; comieron hierbas y tomates. Encontraron huevos y los comieron; al principio no quería comer huevos crudos, pero no había opción. Como a las 11 de la mañana, empezaron a caminar siguiendo las corrientes del río, para no regresar al lugar donde estaban antes.

Después de las 11 de la mañana, se preguntaron, “¿Adónde vamos? ¿y nuestros familiares, qué les habrá pasado?” Entre las dos decidieron regresar a ver si alguien quedaba con vida. De lejos observaban si aún estaban los soldados y ya no había nadie. Solo vieron que las personas se estaban moviendo. Se alegraron; estaban felices caminando hacia la casa, pero se sorprendieron y se asustaron con lo que vieron: las personas se movían porque los habían ahorcado. Estaban colgados. Había hombres y tres mujeres, entre ellas su hermana: “Encontré a mi hermana muerta; estaba colgada y moviéndose”.

El Faro Audio · "Se movían porque los habían ahorcado"

Vio a otras mujeres muertas que estaban desnudas sobre la cama. A otros les habían cortado la oreja y las habían tirado en el patio de la casa. Les cortaron las manos, el cuello. Otros fueron asfixiados. Otras personas que estaban sentados, aparentemente vivos, ya estaban muertos y tenían disparos. Se quedaron viendo a los muertos. Seguramente violaron a las mujeres, porque algunas estaban colgadas sin el corte. Los soldados no estaban tan lejos, porque empezaron a disparar y ellas sin dudarlo salieron corriendo. Corrieron llorando hasta que llegaron al río donde llegaban a traer el agua para tomar. Estaban asustadas por todo lo que habían visto. Estaban aterradas del miedo. No lo habían asimilado y no sabían adónde ir; sentían que estaban perdidas cuando de repente se encontraron con los soldados, quienes las capturaron. Esto ocurrió el 17 de febrero.

[Engracia Mendoza omite esta porción de su testimonio.]

Llegó un anciano que estaba buscando a su hijo. Él las encontró. Los soldados les ataron las manos y los pies. Cuando llegó el señor, él las ayudo. Las soltó y les preguntó si habían visto a su hijo. Dice, “Efectivamente, había visto que los soldados lo llevaron en helicóptero. Eso fue el 20 de febrero”.

Los soldados las agarraron el 17 de febrero y fueron capturadas el 18, 19 y 20. Pasaron cuatro días entre los soldados. No les dieron comida ni agua; no les dieron nada.

Gracias al anciano por rescatarlas, ya que (Engracia) no podía pararse por sí misma. No tenía fuerza y estaba muy lastimada. Su otra compañera podía caminar un poquito y aún aguantaba. El señor vio que ella ya no podía moverse. Tenía escalofríos y estaba temblando. Él les dijo: “Vamos, yo las llevo y las voy a curar”. La envolvió en una bolsa y la cargó, se la llevó a otro lugar y construyó una champa para ellas. Con agua tibia las bañó. Su otra compañera caminó sola, despacio. El anciano que las ayudó ya falleció.

Dice que es lo poco que vivió, vio y el sufrimiento que sintió en ese tiempo.

¿Cuántos de sus familiares sobrevivieron a la masacre?

Sobrevivieron cuatro: dos hombres y dos mujeres. Eran cinco, pero falleció su hermana Manuela. Dice Engracia que es la que sufrió más entre sus hermanas y hermanos, porque se quedó con su hermana Manuela en Chulultze’ y ahí fue lo más fuerte; mientras que su mamá se pasó a vivir con sus otros hermanos en la aldea Vi’ Putul. También su mamá sufrió porque la dispararon y la bala se quedó en la cadera. No la asesinaron en ese momento, sino que la obligaron a cocinar para los soldados. Años después falleció; creen que fue por causa de la bala en el cuerpo.

¿Cuál ha sido su proceso de vida de recuperación después de estos crímenes?

Ha sido un trabajo muy duro. Primero reconoce que los Acuerdos de Paz contribuyeron para que la guerra terminara, aunque no se han cumplido. Pero eso vino a detener un poco al Ejército, para no seguir masacrando a las personas. Si no hubiese sido por los Acuerdos de Paz, seguramente las masacres y las violaciones no hubieran cesado. Fue un paso pequeño, pero aportó, gracias a las organizaciones (de derechos humanos). Antes de las organizaciones era muy tímida. Tenía mucho miedo y no podía expresarse, por el miedo de que alguien le iba a asesinar por lo que iba a decir. Aunque ya no había presencia de los soldados, seguía con ese temor y se cuestionaba: ¿si lo digo?, ¿y si me matan? Se quedó con esos traumas, pero poco a poco los fue trabajando, con la ayuda de ODHAG (Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala), CALDH (Centro para Acción Legal en los Derechos Humanos), MUIXIL (Mujeres Sufridas del Área Ixil) y la psicólogas de ECAP (Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial). La apoyaron muchísimo con la sanación.

También agradece el apoyo de su familia: especialmente a su esposo, que le da permiso para participar en las organizaciones. Hay esposos que son machistas y más en las comunidades, que dicen, “Tienes que preparar la comida; ¿por qué vas a las reuniones? ¿qué tanto haces ahí, no tienes que salir de la casa”. Su esposo lo ha entendido y la ha comprendido.

La sanación fue con varias organizaciones y personas que de una u otra forma la han apoyado para llegar adónde está en la actualidad. Ha liderado las organizaciones. Ha viajado a otros países también. Esto le ha ayudado a superarlo y buscar justicia; se organizó con los y las sobrevivientes de la guerra interna. Se han manifestado para exigir justicia, la dignificación y el resarcimiento de las víctimas. Después de la firma de los Acuerdos de Paz, los patrulleros de autodefensa civil, PAC, que se organizaron durante la guerra, se aislaron de la comunidad.

¿Cuál fue su experiencia al ir a dar testimonio en el juicio contra Benedicto Lucas?

Son sentimientos encontrados: se siente triste, pero a la vez bien porque ella sabe que sí se va a hacer justicia por sus padres, por su hermana y por todos los que fueron asesinados. Sin embargo, en el momento que dio su testimonio, volvió a vivir los hechos. Recordarlo le causa enfermedad, razón por la cual las hijas no están de acuerdo de que ella vuelva a decir lo que vivió, porque para ellas es reabrir las heridas; regresa muy mal y muy triste a su casa. Entonces las hijas le recomiendan que no lo vuelva a decir, que se lo guarde, ya que esto fue hace muchos años. Le dicen: ¿Para qué seguir, si ni siquiera han dado la sentencia?

Ella dice: “Mi corazón me indica que lo tengo que hacer y quiero decirlo, para que otros no sufran. No quiero que mi pueblo vuelva a sufrir; si no lo digo, ¿quién lo va a decir? No todos queremos hablar de lo que vimos, pero yo sí lo voy a hacer. El señor Benedicto Lucas aún es fuerte. Aún nos ofende, porque cuando llegamos a la Corte, él dijo, ‘Ahí vienen los guerrilleros, ahí vienen las personas sucias’. Nosotros aún tenemos que aguantar las humillaciones y no decir nada, porque queremos que se haga justicia. Yo estoy consciente de que la cárcel adonde va a ir, si es que la sentencia sale favorable, va a tener televisor. Va a vivir bien. Tendrá buena comida. Pero en lo profundo de nuestros corazones, sabemos que sí se hizo justicia”.

*En la entrevista que concedió Engracia Mendoza a El Faro, Ana Mariela López interpretó verbalmente su testimonio desde la variante chajulense del ixil al español. Posteriormente, su testimonio se volvió a transcribir en ixil y español por Lucas Mendoza.